El hombre que decidió formar la comunidad nativa asháninka San Miguel Centro Marankiari se llama Miguel Samaniego Bernata. Procreó quince hijos con dos mujeres y tuvo tres esposas. Así comenzó una historia que lleva 111 años. Hoy, la comunidad es gobernada por la segunda generación del fundador.
“Soy el nieto, hijo de una de las hijas mujeres del segundo matrimonio”, cuenta orgulloso don Alfredo Caleb Samaniego. Es el actual jefe de la comunidad, y vestido con su tradicional cushma, (vestimenta de algodón, de una sola pieza, similar a una túnica) dirige de cerca la tercera reunión de la mañana. Todo el día está dedicado a la recreación y festejo de los 70 niños, que forman la tercera generación.
Primero fue la clausura del año escolar de la escuela. Después, la chocolatada de la comunidad y ahora el reparto de juguetes anticipándose a la navidad. Por la tarde vendrán las competencias del palo resbaloso, la prueba de equilibrio, el tiro al blanco con flechas y el fulbito nativo. Los niños deben colocar un balón hecho con hojas secas de plátano en unos cestos fabricados con hojas de árboles. El balón pasa de mano en mano, como en el fútbol americano.
San Miguel Centro Marankiari es una comunidad compuesta por 67 familias, y en total hacen 400 habitantes. Todos descendientes del patriarca Samaniego Bernata, quien murió en 1972, a sus 72 años. Doce años más tarde, en marzo de 1984, el pueblo que formó recibió formalmente el reconocimiento del Estado como Comunidad Nativa.
Resulta curioso que aquí, en la Selva Central, después de viajar 20 minutos desde Santa Ana, encontremos compatriotas que al ritmo de sus tambores y cantos, tengan un día especial para celebrar a sus niños.
En su aún corta historia, estos hombres y mujeres están viviendo cambios en su vida. La degradación de la tierra: “ya no produce como antes”, dice Alfonso Samaniego, hijo del fundador. La reducción de disponibilidad de su territorio: “ya no es tan libre como antes. Hasta para ir al río. Ya no nos permiten entrar”, me dice el jefe Alfredo Caleb.
Cambios que desencadenan otros más. El Jefe, por ejemplo, sólo tiene un hijo, radicalmente diferente a la mayoría de sus tíos, que procrearon, más de ocho hijos cada uno.
La razón suele ser la misma. “Ya no es como antes”. La responsabilidad está en la influencia de la escuela, de la ciudad con la que están en permanente contacto para vender sus productos, de los medios de comunicación que trasmiten valores diferentes. Pero mantienen sus costumbres, sus cantos, y su comida.
La comida y la bebida es una expresión de identidad cultural en la comunidad San Miguel Centro Marankiari. El pollo canca es uno de los favoritos. Una delgada madera cruza la carne de la ave que se coce al calor de fogón alistado en el suelo. Cada familia cría sus gallinas que les sirve de alimento.
Si al cocinarla se le envuelve en una hoja ancha, entonces se la llama pollo enchipado.
El menú incluye el masato, una bebida preparada en base a yuca y camote machacados en grandes morteros de madera que tienen la forma de una canoa. El masato, dicen los nativos, es medicinal. “Por eso no hay ni un nativo que se sufra de la próstata”, dice Alfonso Samaniego.
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Texto: Percy Salomé
Fotos: Ángel Pasquel
Una respuesta a «El día del niño asháninka»
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